Síntomas de Ansiedad: Guía esencial para entenderlos a fondo.

Comprender los síntomas de ansiedad, tanto físicos como emocionales, es el primer paso para abrazarlos con compasión y aprender a manejarlos con sabiduría.
¿Qué sucede dentro de nosotros cuando sentimos ansiedad?
Cuando sentimos ansiedad, nuestro cuerpo prende una especie de “alarma interna” que nos prepara para reaccionar ante un posible peligro.
En pocas palabras: la ansiedad es una respuesta natural de la mente y del cuerpo. Nos ayuda a estar atentos y listos para actuar ante las amenazas, pero cuando se enciende muy seguido o con mucha fuerza, puede empezar a causarnos problemas.
1. El cerebro en alerta
Cuando aparece ansiedad, la respuesta se inicia en el cerebro, principalmente en la amígdala, que detecta una posible amenaza y envía señales al resto del cuerpo a través del hipotálamo y el sistema nervioso autónomo. Estas señales activan el corazón, que late con más fuerza y rapidez; los pulmones, que aumentan el ritmo respiratorio para captar más oxígeno; los músculos, que se tensan para prepararse ante una posible acción; y las glándulas suprarrenales, que liberan adrenalina y cortisol para mantener el cuerpo en estado de alerta. En la ansiedad, esta amígdala puede sobreactivarse, interpretando como peligrosas situaciones que en realidad son seguras (Etkin & Wager, 2007).
Esto provoca sensaciones como nerviosismo constante, sobresaltos, miedo intenso o la idea de que algo malo está por pasar. Aunque sepamos que nada grave ocurre, el cuerpo responde como si hubiera un riesgo real: el corazón se acelera, la respiración cambia y cuesta concentrarse o relajarse.
La corteza prefrontal, que ayuda a pensar con claridad y decidir, normalmente calma a la amígdala. Pero cuando la ansiedad aumenta, ese freno se debilita (Etkin et al., 2016). Por eso podemos saber que estamos exagerando y aun así no poder dejar de preocuparnos o imaginar lo peor.
El hipocampo, que relaciona recuerdos y emociones, también influye. Cuando hemos vivido experiencias difíciles, puede reactivar memorias emocionales y asociarlas con lo que vivimos hoy, aunque no exista una amenaza real (Shi, Jiang, & Li, 2023). Esto explica los pensamientos catastróficos o la sensación de que algo malo volverá a suceder: el cerebro interpreta el recuerdo como si fuera un peligro presente y responde para protegernos.
Todo esto genera los síntomas mentales y emocionales más comunes de la ansiedad: pensamientos repetitivos, preocupación constante, dificultad para concentrarse, irritabilidad, hipervigilancia, sensación de desconexión o irrealidad, tensión interna y la percepción de perder el control. Reconocer estos síntomas de ansiedad es el primer paso para comprender que son parte de una respuesta natural del cerebro y que pueden regularse con estrategias adecuadas.
No significa que algo esté mal contigo. Es un cerebro intentando mantenerte a salvo, aunque haya olvidado cómo apagar la alarma.
2. El cuerpo en modo “alerta máxima”
Cuando sentimos ansiedad, el cuerpo entra en acción antes incluso de que lo notemos. El sistema nervioso simpático se activa como un acelerador interno: el corazón late con más fuerza, la respiración se acelera, los músculos se tensan y las glándulas liberan adrenalina y cortisol. Todo esto tiene un propósito: mantenernos a salvo.
La ansiedad no es solo mental; también se expresa a través del cuerpo. Esta reacción es útil cuando existe un peligro real, pero si se mantiene activa demasiado tiempo, puede generar señales de sobrecarga. Comprenderlas nos ayuda a reconocer que el cuerpo está intentando protegernos, no dañarnos.
Cambios en el ritmo cardíaco y la respiración
Cambios en la temperatura y la sudoración
Tensión y movimiento muscular
Circulación y sensaciones corporales
Digestión, energía y descanso
Además del sistema nervioso, la ansiedad también activa al eje hipotálamo–pituitaria–adrenal (HPA), una vía hormonal que coordina la respuesta del cuerpo ante el estrés. El hipotálamo envía señales a la hipófisis y esta, a su vez, estimula a las glándulas suprarrenales para liberar adrenalina y cortisol.
La adrenalina actúa de inmediato: acelera el ritmo cardíaco y prepara al cuerpo para reaccionar. El cortisol, en cambio, mantiene la energía y la concentración por más tiempo, ayudando a sostener la atención ante lo que el cerebro interpreta como una amenaza (Ulrich-Lai & Herman, 2009).
Esta activación también impacta en la digestión y en las defensas del cuerpo. Cuando el organismo se prepara para reaccionar, desvía energía del sistema digestivo hacia los músculos y el corazón, lo que puede generar náusea, malestar o cambios intestinales. Además, el eje intestino-cerebro participa activamente en esta respuesta: el estrés sostenido puede modificar la microbiota intestinal y alterar la regulación inmunológica, aumentando la sensibilidad y la inflamación (Dinan & Cryan, 2017).
Ninguno de estos síntomas es peligroso en sí mismo. Son parte de un cuerpo que ha pasado demasiado tiempo en modo protección. La investigación sobre estrés y neurociencia muestra que cuando esta activación se mantiene por largo tiempo, puede producir lo que se conoce como carga alostática: el desgaste fisiológico que ocurre cuando el organismo no logra recuperar su equilibrio natural (McEwen & Stellar, 1993).
Comprender esta conexión ayuda a ver que la ansiedad no solo se “siente en la mente”: también involucra al cuerpo entero. Cuidar la alimentación, los hábitos de sueño y la regulación emocional es parte del mismo proceso de equilibrio interior.
El regreso al equilibrio
El cuerpo, sin embargo, también sabe cómo volver a la calma. El sistema nervioso parasimpático actúa como un freno natural: reduce el ritmo cardíaco, relaja los músculos y favorece la digestión y el descanso.
Estudios en neurociencia corporal muestran que distintas prácticas mente-cuerpo pueden estimular este sistema y favorecer el equilibrio fisiológico.
Por un lado, investigaciones sobre yoga han observado que la respiración lenta, el movimiento consciente y la atención plena aumentan la actividad parasimpática y promueven una mayor sensación de calma (Streeter et al., 2012).
Por otro, estudios sobre meditación mindfulness muestran que el entrenamiento de la atención y la regulación emocional fortalecen las redes cerebrales implicadas en la autorregulación y reducen la reactividad al estrés (Tang, Hölzel, & Posner, 2015).
Si quieres explorar prácticas que ayuden a calmar el cuerpo y reconectar con la sensación de seguridad, puedes leer el artículo Mindfulness: una práctica sublime y transformadora, donde comparto tres meditaciones guiadas en video para comenzar.
Comprender cómo funciona esta respuesta cambia la forma en que nos relacionamos con la ansiedad. Los síntomas no son un enemigo, sino señales de un cuerpo que intenta cuidarnos, aunque a veces se exceda en su esfuerzo. Escucharlos con respeto y acompañarlos con presencia es una forma profunda de autocuidado.
En el Curso-Taller de Ansiedad para Adultos trabajamos con Yoga Emocional, Mindfulness y otras prácticas que favorecen la autorregulación y el bienestar, acompañando el proceso de reconectar con la calma desde la compasión.
Una metáfora
Es como querer encender una simple vela, para lo cual bastaría un cerillo o un encendedor. Pero la mente interpreta que hay un peligro enorme y, en lugar de eso, utiliza un lanzallamas, quemando todo lo que está alrededor. Así funciona la ansiedad: el sistema busca protegerte, pero reacciona con demasiada intensidad.
En mi caso, hubo experiencias con un familiar que me dejaron muy marcado y activaban mi ansiedad. Incluso muchos años después, yo ya adulto, cuando ya no había un peligro real, al verlo acercarse todavía sentía miedo, ganas de defenderme o de salir corriendo. Sin darme cuenta, respondía con un tono defensivo y cortante y eso generaba más tensión entre nosotros. Con el tiempo entendí que no era él en ese momento el problema, sino cómo mi mente y mi cuerpo seguían reaccionando a recuerdos del pasado, como si aún tuviera que protegerme.
Si al leer esto te identificas con estas sensaciones, en el Curso-Taller de Ansiedad para Adultos aprenderás prácticas que puedes aplicar en el día a día para recuperar calma y vivir con más claridad.
Síntomas Físicos de la Ansiedad.
Los síntomas de ansiedad en el cuerpo pueden ser variados e intensos. Algunos de los más comunes pueden incluir:

Sistema Cardiovascular:
- Palpitaciones o taquicardia: El aumento en la frecuencia cardíaca y la fuerza de contracción del corazón buscan incrementar el flujo sanguíneo hacia los músculos, preparándolos para la posible respuesta de “lucha o huida”.
- Cambios en la presión arterial: La ansiedad puede provocar tanto un aumento como una disminución de la presión arterial, dependiendo de la respuesta individual y la fase de la respuesta de estrés.
Sistema Respiratorio:
- Dificultad para respirar o sensación de falta de aire: La hiperventilación, o respiración rápida y superficial, es común en estados de ansiedad, y puede llevar a una disminución del dióxido de carbono en sangre, generando sensaciones de mareo o aturdimiento.
- Opresión en el pecho: La tensión muscular en la zona torácica puede contribuir a esta sensación.
Sistema Digestivo:
- Náuseas, malestar estomacal, diarrea o estreñimiento: La ansiedad puede alterar la motilidad intestinal y la secreción de enzimas digestivas, generando diversas molestias gastrointestinales.
Sistema Muscular:
- Temblores o sacudidas: La activación muscular generalizada puede manifestarse como temblores o espasmos musculares involuntarios.
- Tensión muscular: Dolores de cabeza, cuello o espalda pueden ser resultado de la contracción sostenida de los músculos de cualquier parte del cuerpo.
- Fatiga: La respuesta de estrés consume energía, pudiendo generar una sensación de cansancio incluso sin haber realizado un esfuerzo físico considerable.
Otros Sistemas:
- Sudoración excesiva: La activación del sistema nervioso simpático estimula las glándulas sudoríparas, aumentando la producción de sudor como mecanismo de termorregulación.
- Sensación de hormigueo o entumecimiento: Cambios en la circulación sanguínea periférica pueden generar estas sensaciones, especialmente en las extremidades.
- Escalofríos o sofocos: La respuesta de estrés puede alterar la termorregulación, generando cambios bruscos en la temperatura corporal.
- Insomnio: La activación fisiológica y la rumiación mental pueden dificultar la conciliación y el mantenimiento del sueño.
Es importante destacar que estas manifestaciones físicas, aunque pueden ser alarmantes, no representan un riesgo para la salud en sí mismas. Son respuestas adaptativas normales que, con el manejo adecuado de la ansiedad, tienden a disminuir en intensidad y frecuencia.
Síntomas de Ansiedad Generalizada
El Trastorno de Ansiedad Generalizada (TAG) se distingue por una preocupación constante y desproporcionada que permea diversos aspectos de la vida cotidiana. Esta preocupación excesiva, a menudo acompañada de los síntomas físicos ya descritos, puede manifestarse también en una serie de experiencias cognitivas y emocionales como:

- Inquietud o sensación de estar “al límite”: Una sensación persistente de nerviosismo, tensión o agitación interna, como si algo malo estuviera a punto de suceder. Esta hipervigilancia puede dificultar la relajación y el disfrute de actividades placenteras.
- Dificultad para concentrarse: La mente, atrapada en un ciclo de preocupaciones, puede tener dificultades para enfocarse en tareas específicas, lo que puede afectar el rendimiento laboral o académico.
- Irritabilidad: La tensión interna y la frustración por no poder controlar las preocupaciones pueden llevar a una mayor sensibilidad y reacciones de enojo desproporcionadas ante situaciones cotidianas.
- Sensación de mente en blanco: La sobrecarga cognitiva generada por la preocupación constante puede dificultar el acceso a recuerdos o la toma de decisiones simples, generando una sensación de “bloqueo mental”.
Estas manifestaciones cognitivas y emocionales, en conjunto con los síntomas físicos, pintan un cuadro complejo de la experiencia del TAG. Nos podemos sentir atrapados en un ciclo de preocupaciones que parecen imposibles de controlar, generando un desgaste emocional y una sensación de impotencia.
Recuerda que TAG es tratable.
Síntomas de Ansiedad y Depresión
La ansiedad y la depresión, aunque distintas en su esencia, a menudo se presentan juntas y pueden manifestarse además de los síntomas de la ansiedad los siguientes síntomas:
- Tristeza persistente o pérdida de interés en actividades placenteras: La alegría y la motivación disminuyen, dejando una sensación de vacío y apatía.
- Sentimientos de desesperanza o inutilidad: La confianza en uno mismo puede verse afectada, y es posible que te sientas atrapado/a en un ciclo de pensamientos negativos. Recuerda que estos sentimientos son parte de la depresión y no definen tu verdadero valor.
- Cambios en el apetito o el peso: La ansiedad puede disminuir el apetito, mientras que la depresión puede llevar tanto a la pérdida como al aumento de peso.
- Pensamientos de muerte o suicidio: En ocasiones, la intensidad del dolor emocional puede llevar a pensamientos de autolesión o suicidio. Si estos pensamientos aparecen, es fundamental buscar ayuda profesional de inmediato con personas capacitadas para manejar este tema delicado. Recuerda que no estás solo/a y que hay profesionales especializados que pueden brindarte el apoyo y la contención que necesitas en este momento difícil.
Síntomas de Fobia Social:
La fobia social, también conocida como ansiedad social, además de los síntomas físicos y emocionales generales de la ansiedad descritos previamente, puede manifestarse con particular intensidad en el contexto social, generando:

Síntomas físicos de Fobia Social:
- Rubor: Enrojecimiento facial intenso, a menudo acompañado de una sensación de calor.
- Temblores: Las manos, piernas o voz pueden temblar de manera incontrolable.
Síntomas cognitivos y emocionales de Fobia Social:
- Miedo intenso al juicio negativo: La persona se preocupa excesivamente por ser evaluada, criticada o rechazada por los demás.
- Ansiedad anticipatoria: La simple idea de interactuar socialmente puede generar una ansiedad intensa días o incluso semanas antes del evento.
- Evitación de situaciones sociales: La persona puede evitar activamente situaciones sociales, limitando su vida social, laboral y académica.
- Baja autoestima y autocrítica: La fobia social suele ir acompañada de una imagen negativa de sí mismo y una tendencia a magnificar los errores o imperfecciones.
- Miedo a mostrar los síntomas de ansiedad: La persona puede temer que los demás noten su ansiedad, lo que puede aumentar aún más su malestar.
- Dificultad para hablar o “quedarse en blanco”: La ansiedad puede interferir con la capacidad de expresarse con fluidez, generando bloqueos mentales o tartamudeo.
Síntomas de Agorafobia:
La agorafobia, más allá de un simple miedo a los espacios abiertos, se caracteriza por un temor profundo a encontrarse en situaciones o lugares donde escapar o recibir ayuda podría resultar difícil en caso de experimentar un ataque de pánico u otros síntomas incapacitantes. Esta ansiedad anticipatoria puede llevar a la evitación de una amplia gama de situaciones, restringiendo significativamente la vida cotidiana de quien la padece. Además de los síntomas físicos y emocionales generales de la ansiedad descritos previamente, puede manifestar:

- Miedo a perder el control: La persona teme experimentar un ataque de pánico u otros síntomas intensos de ansiedad en un lugar donde se sienta vulnerable o incapaz de manejar la situación.
- Evitación de lugares específicos: Esto puede incluir el transporte público, ascensores, puentes, multitudes, espacios abiertos o cerrados, o incluso salir de casa sola.
- Dependencia de otros: La persona puede sentirse segura solo cuando está acompañada por alguien de confianza, lo que puede limitar su autonomía e independencia.
- Ansiedad anticipatoria: La preocupación por la posibilidad de un ataque de pánico puede generar ansiedad incluso antes de salir de casa, llevando a la evitación de situaciones potencialmente desencadenantes.
- Ataques de pánico: Aunque no todas las personas con agorafobia experimentan ataques de pánico, estos pueden ser un desencadenante o un síntoma asociado, intensificando el miedo a estar en situaciones “inseguras”.
Síntomas de Ansiedad en Mujeres
Aunque los síntomas de ansiedad son similares en hombres y mujeres, algunas investigaciones sugieren que las mujeres pueden ser más propensas a experimentar ciertas particularidades especialmente en relación a las diferentes etapas de la vida y los cambios hormonales que las acompañan como:
- El Ciclo Menstrual:
Durante el ciclo menstrual, las fluctuaciones hormonales pueden influir en el estado de ánimo y la vulnerabilidad a la ansiedad. En la fase premenstrual, algunas mujeres experimentan cambios de humor, irritabilidad, tristeza o una mayor sensibilidad emocional. Estos cambios, aunque naturales, pueden ser desafiantes y, en algunos casos, intensificar los síntomas de ansiedad preexistente.

- El Embarazo y el Posparto:
El embarazo y el posparto son etapas de profundos cambios físicos y emocionales. La alegría de dar vida a un nuevo ser puede entrelazarse con preocupaciones, miedos y una mayor sensibilidad emocional. La ansiedad durante el embarazo puede manifestarse como preocupación excesiva por la salud del bebé, el parto o la capacidad de ser madre. En el posparto, la “depresión posparto” y la ansiedad pueden coexistir.
- La Menopausia:
La menopausia, con sus cambios hormonales y la transición hacia una nueva etapa de la vida, puede desencadenar o intensificar la ansiedad en algunas mujeres. Los sofocos, los cambios de humor, la dificultad para dormir y la preocupación por el envejecimiento pueden contribuir a un aumento de la ansiedad.
Estos cambios hormonales y las etapas de la vida pueden influir en la experiencia de la ansiedad en las mujeres. Sin embargo, esto no significa que la ansiedad sea inevitable o que deba ser aceptada como algo “normal”. Si te identificas con alguna de estas experiencias, no dudes en buscar apoyo.
Sintomas de nervios y estrés
Aunque a menudo se usan de manera intercambiable en el lenguaje cotidiano, los “nervios” y el “estrés” representan respuestas distintas, aunque relacionadas, ante las demandas de la vida. Ambos pueden manifestarse a través de una variedad de síntomas:
Síntomas de Nervios:
Los nervios, generalmente asociados a situaciones específicas y predecibles, suelen manifestarse como una inquietud temporal y una sensación de “mariposas en el estómago”. Otros síntomas comunes incluyen:
- Tensión muscular: Dolores de cabeza, cuello o espalda pueden ser frecuentes.
- Manos sudorosas o temblorosas: La activación del sistema nervioso simpático puede generar sudoración y temblores leves.
- Dificultad para concentrarse: La mente, enfocada en la situación que genera nerviosismo, puede tener dificultades para enfocarse en otras tareas.
- Irritabilidad: La tensión interna puede llevar a una mayor sensibilidad y reacciones de enojo desproporcionadas.

Síntomas de Estrés:
El estrés, a diferencia de los nervios, suele ser una respuesta más prolongada y generalizada ante demandas continuas o excesivas. Los síntomas pueden ser tanto físicos como emocionales y cognitivos:
- Fatiga: A pesar de no haber realizado un esfuerzo físico importante, la persona puede sentirse agotada.
- Problemas de sueño: Dificultad para conciliar el sueño o despertarse varias veces durante la noche (insomnio).
- Cambios en el apetito: Puede haber pérdida o aumento del apetito, lo que puede llevar a cambios en el peso.
- Problemas digestivos: Dolor de estómago, náuseas, diarrea o estreñimiento pueden ser frecuentes.
- Dificultad para concentrarse y tomar decisiones: El estrés puede afectar la capacidad cognitiva, generando problemas de memoria y atención.
- Irritabilidad, ansiedad o tristeza: El estrés crónico puede llevar a cambios en el estado de ánimo y aumentar la vulnerabilidad a trastornos de ansiedad o depresión.
- Baja autoestima: La sensación de no poder manejar las demandas puede erosionar la confianza en uno mismo.
Sintomas de nervios y ansiedad
Los términos “nervios” y “ansiedad”, que también a menudo se usan indistintamente en el lenguaje coloquial, presentan sutiles diferencias desde una perspectiva psicofisiológica.
Los “nervios”, como ya hemos comentado, suelen referirse a una sensación de inquietud o tensión temporal, generalmente asociada a situaciones específicas y predecibles, como hablar en público o enfrentarse a un examen. Esta respuesta, aunque puede generar malestar, como las “mariposas en el estómago” o un ligero temblor en las manos, tiende a ser transitoria y proporcional al desafío enfrentado. Una vez que la situación desencadenante desaparece, los nervios suelen disiparse también.
La “ansiedad”, por otro lado, implica una preocupación más persistente y generalizada, que puede manifestarse incluso en ausencia de un desencadenante claro. Esta preocupación excesiva y a menudo desproporcionada puede generar un malestar significativo e interferir con la vida diaria. Además de los síntomas cognitivos y emocionales, como la dificultad para concentrarse o la sensación de estar “al límite”, la ansiedad puede generar una serie de manifestaciones físicas que ya hemos explorado, como palpitaciones, sudoración, dificultad para respirar y tensión muscular.
Reconocer estos síntomas es el primer paso para cultivar un mayor bienestar. Prestar atención a las señales que nos envían nuestros nervios, el estrés y la ansiedad nos permite tomar acción y cuidar de nuestra salud física y emocional a largo plazo. Aprender a identificar y manejar estas respuestas nos empodera para mantener un equilibrio saludable y disfrutar de una vida plena.
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Referencias:
Etkin, A., & Wager, T. D. (2007). Functional neuroimaging of anxiety: A meta-analysis of emotional processing in PTSD, social anxiety disorder, and specific phobia. American Journal of Psychiatry, 164(10), 1476–1488. https://doi.org/10.1176/appi.ajp.2007.07030504
Grassi, G., Seravalle, G., Cattaneo, B. M., Bolla, G. B., Lanfranchi, A., Colombo, M., Giannattasio, C., Brunani, A., Cavagnini, F., & Mancia, G. (2009). Sympathetic overactivity and central nervous system [Review]. Journal of Hypertension, 27(4), 685–693. https://doi.org/10.1097/HJH.0b013e3283220a29
Etkin, A., Büchel, C., & Gross, J. J. (2016). The neural bases of emotion regulation. Nature Reviews Neuroscience, 16(11), 693–700. https://doi.org/10.1038/nrn4044
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